viernes, 1 de mayo de 2009

"No temáis a los que matan el cuerpo,..."

Seguramente has oído en las semanas recientes, acerca de la amenaza que representa para la humanidad, una de las criaturas más elementales y pequeñas que existen: Me refiero a una partícula viral llamada virus de Influenza porcina (recientemente denominada, influenza humana). Es increíble la manera en la cual una partícula que mide unas cuantas nanomicras, sea más poderosa y atemorizante para el hombre, a lo fuerte y firme que debiera ser una fe que tuviera el tamaño de un grano de mostaza, una semilla aproximadamente diez millones de veces más grande que el virus. Naciones enteras se han doblegado ante la amenaza de este virus; al extremo de habernos llevado a tomar providencias y precauciones que en muchos aspectos han repercutido en pérdidas económicas. Y me asombra una vez más la precisión de LA PALABRA DEL ALTÍSIMO:

"Y yo os digo, amigos míos: no temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no tienen nada más que puedan hacer." Lucas 12:4

Estamos volcados y atentos a toda información noticiosa que surge -en mucho confusa por lo limitado que es el conocimiento humano- azorados por lo contradictorio que nos resulta a la razón, que se hayan tomado tantas medidas preventivas ante un problema que por otra parte, nos dicen que no es tan relevante pues tiene cura, y su evolución la más de las veces es favorable. Cuando primero nos exponen cifras exponencialmente ascendentes y escandalosamente alarmantes, para luego reducirlas (virtualmente por decreto) a cantidades asombrosamente insignificantes, apoyándose en argumentos aparentemente lógicos, pero epidemiológicamente poco dignos de crédito. Cuando por otra parte analizamos que la mortandad imputada ronda el diez porciento de los pocos casos confirmados.

Esto ha traído un estado de aprensión constante en la mayoría de nosotros. Tema de todas las conversaciones, motivo para negar el saludo de manos y hasta los besos afectuosos, pretexto para andar por las calles cubiertos de boca y nariz como si las ciudades fueran un gigantesco quirófano, cerrando el acceso a sitios de concentración de personas, eventos públicos, y hasta cultos religiosos. Afectando transacciones comerciales, tránsito, turismo, y múltiples actividades sociales que han interrumpido o modificado sus inexorables -en circunstancias distintas- rutinas, y ritmos.

La mente humana tan compleja parece ser predecible ante situaciones de pánico, inseguridad individual y colectiva, la gente parece más receptiva a adoptar una postura reflexiva acerca del presente y del futuro inmediato. Somos proclives a buscar un oportuno y rotundo auxilio para salvar la vida; esa misma vida a la cual se le concede tan poca relevancia en el fragor de la cotidianidad. Pero también estamos susceptibles a confiarnos de toda información sea comprobable o no, sin reparar mucho en la fuente informativa. Cuando la información fluye con desmedida e inusual rapidez, cualquier rumor se acepta como una versión auténtica y veraz porque los sentidos están embotados por el miedo; el miedo paraliza el cuerpo, y obnubila la razón. Al igual que toda información de fuentes consideradas oficiales, se acepta sin cuestionamientos, -como si los sectores oficiales fueran dignos de credibilidad incondicional- como si nunca hubiéramos sido defraudado por aquellos que son responsables de la autoridad y gobierno, como si nunca hubieran hallado cabida las dudas razonables derivadas de las mentiras oficiales.

En efecto, confiar en la protección del ALTÍSIMO nos debe mover a ser prudentes y no temerarios, obedecer a la autoridad, es una recomendación que recibimos de SHAULO de parte de YHVH, y es parte del testimonio de todo discípulo prudente y piadoso. Pero no es lo mismo -si me permiten el mexicanismo- ser "borrego", que ser oveja; y por otra parte, el creyente maduro ha dejado de ser oveja, o "mujercilla" llevada de todo viento de doctrina. El discípulo maduro está obligado a ser analítico (dicho de otra forma: obligado a discernir los espíritus) no tan solo en lo que se refiere a la EMUNAH, sino en cuanto a lo que se refiere a la vida secular de la cual no está deslindado mientras viva en el mundo (sin ser del mundo).

Sin cerrar los ojos al mundo, este tiempo, es un tiempo coyuntural para instar a tiempo y fuera de tiempo al piadoso y al impío, al arrepentimiento, a TESHUVAH, reflexión profunda del estatus actual y de la consecuencia de un futuro alejado de ELOHIM, (sabes que prefiero las palabras en hebreo) a buscar la paz con ÉL, trabajando para el espíritu antes que para el cuerpo; de hacernos tesoros en el cielo, donde el ladrón no puede robar, ni el orín corrompe ni destruye. Pues antes que temer a un germen minúsculo que no me puede dañar sin que medie la VOLUNTAD DE DI-S, me es menester guardar mi integridad delante del ALTÍSIMO. Así LA PALABRA dada por ADONAI YAHOSHUA, transcrita por LUCAS, y citada arriba, se complementa de la Escritura que cito como colofón a este artículo:

"Pero yo os mostraré a quién debéis temer: temed al que, después de matar, tiene poder para arrojar al infierno; sí, os digo: a éste, ¡temed!" Lucas 12:5

SHALOM ALEIJEM


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