Hola, como te habrás dado cuenta ya no soy el hombre religioso que
solía ser algunos años atrás. Sin embargo, no dejo de centrar mis esfuerzos por
transmitir a los demás la confianza en la existencia de Dios; si bien, he
comprendido que cada cual tiene derecho a formar su propia opinión de qué,
cómo, y en quién creer.
Porque Dios es real, pero todas las religiones, mayoritariamente están
forjadas de mentiras, y mentiras son lo que enseñan, lo que predican, y lo que
practican. A pesar de ello, todas las religiones tienen algo bueno para tomarse
en cuenta y apropiarse de ello, y todas tienen también, muchas cosas en común
en lo que se refiere a su visión del cosmos. Pero sobre todo, todas las
religiones se parecen entre sí habida cuenta de su abundante imaginación y
pensamiento mágico; magia que se traduce en mitos y costumbres irracionales
propias de tribus y clanes primitivos. Conductas aberrantes que suelen
desbordarse hasta llegar a lo auténticamente grotesco y abominable, y que en
las Escrituras se registran reprobadas de Dios. Aberraciones que tarde o
temprano saltarán a la vista de quien tenga al menos medianamente desarrollados
los sentidos, y se detenga a razonar y cuestionar toda práctica primitiva y
salvaje, digna de hechiceros y adoradores del demonio. Las mentiras de los
sacerdotes y de los eruditos en materia religiosa sin distinción de religión,
en contubernio con las clases gobernantes, a lo largo de los siglos, han
mantenido vigentes ancestrales enseñanzas heréticas y tradiciones ajenas astutamente
encubiertas y amalgamadas en un sincretismo disfrazado de liturgias, en la
forja de tradiciones y falacias que a fuerza de repetirse se toman por verdades
incuestionables, y que prevalecen y se transmiten por generación y generación,
por la cómplice ignorancia fanática de la gente. Ignorancia que les impide
comprender, que su dios es un demiurgo, un dios menor, sujeto al Verdadero, y
finito, imperfecto y en consecuencia: espurio.
He llegado a entender que nadie debe saber más de lo que realmente desea
conocer. Sin embargo, no creo que el acceso a la verdad deba limitarse a grupos
selectos: ni étnicos ni religiosos, ni confío en las élites de soberbios, ni en
las sociedades secretas poseedoras y guardas de gnosis esotéricos y místicos.
Todos aquellos que suelen exigir como derecho de admisión la invocación de
nombres, o el pasar por ritos iniciáticos, para gozar del privilegio de acceder
a los conocimientos profundos de la llamada Gnosis. La verdadera iniciación del
neófito, está en el interés de cada cual por saber, y el precio a pagar está en
el impacto que produce el confrontar los viejos esquemas aprendidos, y los
paradigmas que constituyen sus convicciones, su identidad misma, y tener que
decidir qué tomar y qué dejar. Y dije precio a pagar, porque la fe puede llegar
a zozobrar de tal manera, que se corre el peligro de caer en el profundo pozo
de la incredulidad y la desesperanza, y no lograr salir de ese Hades. Por lo
mismo, no debe conocerse aquello que no se quiera o se necesite conocer.
Nadie y por ningún motivo, tiene derecho a aprovecharse y esconder la
verdad, así sea por la más "noble" razón, o para abusar del
miedo, o de la ignorancia, de la superstición, o del simple desinterés por
saber. Hacer esto, es decir, aprovecharse de la falta de iniciativa por
aprender, para hacer proselitismo y engañar al neófito, es total y rotundamente
perverso, y abominable. Aunque nada hay más engañoso que el corazón del hombre,
y nadie debe ser sabio en su propia opinión; cada cual tiene derecho a llegar a
formar su concepto propio, y nadie, absolutamente nadie, tiene derecho a
enajenar a otros con su particular forma de entender las cosas haciéndolas
pasar por verdad absoluta e infalible.
Nadie, bajo ninguna circunstancia, tiene derecho de imponer, ni persuadir,
ni subyugar la voluntad personal, ni engañar la fe de otro por ningún medio: ni
por la violencia, ni con la más sutil y persuasiva retórica de palabras
engañosas, ni de falsa ciencia. Porque hacer tal, es enajenar la voluntad. Y ni
siquiera el mismísimo Hacedor de la vida, pese a haber fijado las reglas del
juego, se tomó jamás la libertad de coartar el libre albedrío del hombre. Hacer
esto, es incurrir en una infamia incalificable y sin nombre, más inefable, que
el mismo Nombre Inefable, por cuanto que es la mayor desobediencia intencionada
y consciente, a la voluntad del ser supremo, y es apenas equiparable con
inducir a alguien en el vicio, o sodomizarlo, o a sujetarlo a cualquiera otra
forma de esclavitud y abyección degradante.
En el fondo, el conocimiento que le permite al hombre aproximarse a la
verdad inalterable, completa y eterna, es como un puzle, un rompecabezas que
para ser construido requiere de un doloroso, arduo y lento proceso experimental
de ensayo y error, donde cada cual, coloca las piezas. Cada pieza debe ser
colocada casi sin ayuda. Sin que se pueda tomar a jactancia o locura; quizá con
la única ayuda de Dios mismo, lo que suele llamarse: Espíritu Santo, haciendo
esto tal y como está en la Escritura: "probando los espíritus si son de
Dios", considerando que lo que Dios hace es bueno, y está lleno de
amor y verdad y vida, lo que sea contrario a estos principios no es de
Dios. Ayuda que se hace evidente cuando
nos detenemos a considerar la cantidad de "felices" eventos
que se deben conjuntar para: leer el texto preciso, o para encontrar el
documento extra-religioso, o el testimonio gráfico, o la palabra idónea del
amigo circunstancial o del evento "casual". O de los "coincidentes"
puntos de vista afines o complementarios, las inquietudes compartidas de
racimos de creyentes con quienes coincidimos en el mismo afán y el mismo
sendero. Y de quienes no teníamos el más remoto antecedente de su existencia.
Las noticias científicas, o la lectura prudente, (y no carente de cierta sensación
del miedo que provoca caminar por peligrosos terrenos desconocidos) de los
textos "prohibidos" por las religiones dominantes. Y el apoyo de "la mano de Dios",
que nos mantiene asidos firmemente, mientras nos debatimos en la agonía de la
duda y de la incredulidad, aun de la abjuración, y quizá hasta de la blasfemia.
Solamente, el sentir la invisible presencia de Dios, y su paz, es lo que impide
que lleguemos a la locura de la apostasía. Claro que para nuestros viejos
correligionarios seremos apóstatas y herejes, pero al llegar a este estado de
disidencia con la doctrina y la religión en turno, lo único que importará para
la paz del corazón, será solamente la
misericordia de Di-os, y cómo juzgue nuestras intenciones y nuestra obediencia
a él. Cuando ya se ha pasado por todo lo anterior, una fe renovada y firme,
desvelada y legítimamente tuya, será lo que poseas como escudo y baluarte.
Solamente así podrás estar seguro de la Roca, sobre la cual podrás levantar el
edificio de tu fe.
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